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Hay escritos virtuosos y escritores fascinantes. En Gustavo Dessal (Buenos Aires, 1952) convergen ambos sucesos. Leerle es adentrarse en un entramado de pulsiones humanas; leerle es conocernos un poco más a nosotros mismos; leerle ilumina las zonas más umbrías del ser. Conversar con él deja un gusto a reflexión que madura y se conserva. Utiliza el hallazgo de Heisenberg para nombrar su último libro –su primera novela-: ‘Principio de incertidumbre’ (RBA) y nosotros utilizamos esta excusa para disfrutarle.
Al igual que en ‘Líbranos del bien’, su último libro de cuentos,  ¿podría decirse que ‘Principio de incertidumbre’ es una confirmación de la  complejidad y extrañeza del ser humano?
Sí, aunque la novela tenía  originariamente otro título -‘La noche del cerdo’-, recoge un aspecto  fundamental de la conducción humana, la incertidumbre. Las certezas de las que  nos rodeamos no son más que vestimentas para disfrazar una inconsistencia  concreta, una incertidumbre generalizada. Este término, incertidumbre, viene a  personar lo que es la realidad del mundo. 
Pero la incertidumbre, ¿no ha acompañado al hombre desde sus primeros  pasos?
En efecto. Aunque ahora todos coincidan en señalar la  incertidumbre como rasgo de nuestra época, ha sido unos de los ingredientes de  la existencia, intemporal. Cierto es que los seres humanos han encontrado  distintos recursos para atemperar ese desamparo, siempre la religión uno de los  antídotos fundamentales; hoy en día se van inventado otros, pero dudo de que  sean tan eficaces como la religión lo fue en su momento.
El principio de incertidumbre nos remite a la idea de que cuanto más  certeza se busca, más imprecisión encontramos. Esos, trasladado al hombre, ¿cómo  se encara?
La verdad siempre tiene una estructura y sólo se puede  decir a medias; la verdad absoluta es el esfuerzo que el poder ha ejercido para  convencernos respecto de una idea de lo que es la verdad. Los seres humanos  tienen una necesidad de absolutos, por eso es fácil vender consejos, a pesar de  que esta época se caracteriza por un estado líquido del pensamiento.
Entonces, ¿dónde buscar la verdad?
Históricamente ha  habido una necesidad de definirla de manera radical y absoluta, y es el deber de  la literatura demostrar, concienciar acerca de que la verdad es algo fugaz,  entrecortado, que está hecha de luces y sombras. En la novela utilizo la  metáfora del crimen irresuelto, tanto en el comienzo de la obra como en el  final, para transmitir que la verdad no puede contarse toda.
¿Eso no es terrible?
Sí y no, el absolutismo de la verdad  es también terrible, y tiránico. Si alguien invoca en su discurso la verdad es  terrible, aunque pudiese ser cierto el que la propia verdad hablase. 
El arranque de la historia, ese arranque mediático-porcino, muestra  hasta qué punto el ser humano se degrada. ¿Quién es más perverso, el que lo  hace, el que mira o el que lo transmite?
Juego con eso en la obra.  La escena del cerdo sucedió en realidad, tengo el recorte de prensa –y se  publicó en un periódico serio- guardado. Me pareció que servía de inicio  perfecto para reflejar el contexto histórico de nuestra modernidad, en la que  una característica fundamental es el exhibicionismo, no sólo el sexual, que es  el que menos interés despierta, curiosamente, sino el exhibicionismo que diluye  la frontera entre lo público y privado.  Me parece que se ha instalado entre  nosotros una gran perversión, la del deseo de que todo se vea, de ser visto, y  encontrar en ello una satisfacción. Esto, por supuesto, no está directamente  provocado pero sí facilitado por una dimensión técnica de la civilización que  pone todos los medios para favorecer la omnivisión.
El precio de Rebeca, una de las protagonistas, la que se denigra con  el cerdo es la fama. ¿Cuál es el precio de Gustavo Dessal?
Partiendo  de la pregunta ‘¿qué menos puedo soportar?’ te diré que es el hecho de que no me  quieran, ése sería mi precio. 
¿Qué tiene la oscuridad de las historias desdichadas –son palabras  suyas- que tanto le atraen?
De mi segundo libro de cuentos, ‘Mas  líbranos del bien’, Arturo Ramos hizo una crítica con bastante simpatía en la  que afirmaba que tenía obstinación en hablar de cosas tristes. No creo en la  felicidad, aunque sí en el sentido fácil o simple del término, es decir, creo en  la felicidad difícil, o algo que se parece a ella, que consiste en asumir este  aspecto de desgracia que tiene la condición humana.
¿Así que la desgracia conduce a la felicidad?
Sólo  quienes asumen eso, la tragedia del ser humano, sin buscar una plenitud alcanzan  un estado complejo que podría llamarse así, felicidad, algo oscilante y fugaz.  La felicidad, tal y como se promete y promociona en los medios, no existe, pese  a la cantidad ingente de profetas de la felicidad que extienden sus profecías en  dimensión planetaria, profetas que provienen, incluso, del mundo de la ciencia,  de cierta divulgación irresponsable de la ciencia, que promociona la idea de la  felicidad obtenida a partir de la ingeniería genética y otras estupideces  semejantes… Dar la espalda a la condición trágica de la existencia tiene un  precio muy grande. La gran literatura nos permite, por un lado, soñar, y, por  otro, despertar de ese gran sueño de creer que los seres humanos alcancen la  felicidad. 
Pues no resulta usted una persona pesimista…
Es que no lo  soy, no tengo una visión pesimista de la existencia, soy una persona alegre,  pero es un deber de la conciencia no dejarse atrapar por los exotismos de la  felicidad.
Un camino que permite a sus personajes encontrar la felicidad es  la autenticidad…
Sí, eso se ve bastante claro en el personaje  principal, Marc, un hombre apasionado, ingenuo, para el que el asesinato en el  que se ve envuelto sirve de metáfora de un encuentro con lo real que le abre los  ojos, que le rompe un poco esa creencia en su sueño de justicia, de verdad, de  confianza en la ley. Y se le revela que todo está gobernado por la  incertidumbre. 
“Distinguir el pavor que produce alguien que ya no puede obedecer  al decreto general de ser feliz”. ¿Qué nos impide ser felices?
La  incertidumbre, que causa desasosiego; por eso se buscan desesperadamente  identidades, consistencias, todo lo que puede poner remendando la incertidumbre.  El decreto de ser feliz forma parte del discurso de la época: dado que todos los  medios para ser feliz están a su alcance, si no los aprovecha debe usted  sentirse culpable. La idea, tan promovida, es contradictoria porque vivimos en  un momento en el que nunca antes había circulado de una forma tan extendida la  idea de que la felicidad es alcanzable y, al mismo tiempo, la depresión es el  signo de estos tiempos. Los seres humanos no obedecen bien el mandato de ser  felices porque el imperativo ‘sea feliz’ contiene un imposible que conduce a la  impotencia, y esa impotencia hace que la gente se sienta deprimida por no  sentirse feliz. 
¿Es la actual una crisis moral más que económica?
La  crisis económica es el reflejo en lo monetario de una crisis moral, las personas  no se embarcaron en deudas imposibles solo para satisfacer una necesidad de  vivienda, sino obedeciendo a la idea de que todo el mundo tiene el deber de ser  feliz, no el derecho. Cuando la felicidad se convierte no en un derecho o  elección o deseo sino en imperativo, aparece el ‘Mundo feliz’ de Huxlex y  ‘1984’, de Orwen. 
Por cierto, la cita que encabeza la historia, la de Horacio, “El  culpable es el espíritu, que nunca huye de sí mismo”. ¿Por qué huimos de  nosotros?
Nos cuesta mucho conocernos, al ser humano le cuesta  reconocer que hay una parte de sí mismo que desconoce. Reconocer que hay una  región ignota produce angustia, la gente se resiste a aceptar que no gobierna  enteramente su vida ni sus actos, se rebelan contra la idea de ser una marioneta  de algo que actúa en nosotros sin que podamos oponer resistencia; el ser humano,  por su fragilidad psíquica y moral, necesita creerse en posesión de la riendas  de todo sí. Eso es finalmente la tragedia y, desde Homero hasta Shakespeare, la  gran literatura es tragedia, la tragedia nos advierte, nos recuerda eso mismo.  Pero sólo personas muy privilegiadas han tenido ciertas condiciones morales para  poder objetivarse. 
¿Le produjo vértigo dar el salto a la novela?
No he  dejado de escribir cuentos, de hecho, en breve publicaremos el próximo libro de  relatos. La novela fue para mí un desafío, tenía ganas de probarme en este  terreno, que no pude frecuentar antes por cuestión de tiempo, fundamentalmente. 
ENLACES:
Querido Blas; es una magnífica entrevista que desconocía y que me parece que tiene todo el interés. Las respuestas de Gustavo son sobresalientes. Un acierto su publicación.
ResponderEliminarUn abrazo
Alberto, me agrada mucho de que pienses lo mismo que yo. Gustavo nos sorprende, siempre, con su claridad para enfocar estupendamente los temas más actuales.
ResponderEliminarUn abrazo