13. Cuarenta años después seguimos reuniéndonos el día de los Santos Inocentes
El tiempo iba pasando, llegó la temporada de 1967 y Mingo no hizo nada para que el equipo de CASA se federase en Atletismo. 
Así es que decidí unirme al club de Paco Perela y firmé ficha de la Federación Madrileña de Atletismo.
En el club Perelada me dieron una ayuda de 500 pesetas, para que pudiera comprar mis primeras zapatillas de clavos.
Los  clavos de las deportivas eran fijos, se iban desgastando con el uso, no  se parecían en nada a las excelentes zapatillas de clavos  intercambiables que se utilizan ahora.
Las  pumas, esta era la marca de las zapatillas, me duraron bastante. Era  una gozada poder correr y sujetarse con aquellas garras que te permitían  avanzar sin resbalar ni perder impulso.
Yo  estaba como un niño con zapatos nuevos, cuidaba las zapatillas con un  mimo exquisito. Por entonces era normal prestárselas a aquellos  compañeros que no tenían. Recuerdo dejárselas a un atleta para correr un  10.000 y lo mal que me sentó que le pisaran y le hicieran un desgarrón.  Ya no volví a dejarlas nunca más.
Seguí  bajando a entrenar al SEU y al INEF, ahora con más asiduidad, porque ya  me sentía parte de un grupo que me arropaba y ayudaba en los momentos  en que el entrenamiento no me salía como a mí me hubiera gustado. Vivía  con gran intensidad los momentos anteriores a empezar a entrenar. La  incertidumbre de saber que nos tocaba cada día, cual era el plan que  teníamos que hacer, se terminaba, con frecuencia, con una hora de  carrera continua, que nos servía para recuperarnos de la paliza que nos  habíamos dado en la pista el día anterior y que nos había dejado las  piernas muy cascadas.
Después  de entrenar volvíamos, todos juntos, andando hasta el metro de Moncloa,  comentando las incidencias que habíamos tenido, pensando en la  competición que teníamos que realizar el fin de semana y que, a la vista  de los tiempos que habíamos realizado, debería llevarnos a mejorar  nuestros registros personales.
En  aquel grupo de amigos teníamos una filosofía muy particular de entender  la vida y todo lo relacionado con ella. Era indudable que la reflexión  metódica a la que continuamente nos entregábamos, articulaba nuestro  conocimiento del atletismo, nos llevaba a conocer nuestras posibilidades  y nuestros límites. Años más tarde dejarían una profunda huella en  nuestro modo de ser y de hacer. 
Fue  muy lamentable que aquella agrupación no tuviera una larga existencia.  Cada uno de nosotros tuvimos que enfrentarnos a los avatares de la vida y  poco tiempo después se disgregó.
Cuarenta  años después, algunos de sus componentes, seguimos reuniéndonos en el Restaurante "El Pajar"de Madrid todos los 28 de diciembre, el día de los Santos  Inocentes.
 
  

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