10415. Me fui a dormir con la cabeza muy revuelta
Begoña, Mercedes y Blas, 30 de noviembre de 2007
Foto: Gloria
Una
 persona puede reflexionar durante toda su vida sin llegar a adquirir el
 conocimiento de sí mismo que la pasión de un momento vivido 
intensamente puede enseñarle.
¿Quién puede decir que se conoce a sí mismo?
Yo
 no puedo prever mis propias experiencias, ni adivinar que facultades o 
sentimientos desatarán en mí un objeto nuevo. No puedo preceder a mi 
propia experiencia ni adivinar que facultades o sentimientos 
desarrollaré mañana.
El
 pasado viernes me fui a dormir con la cabeza muy revuelta. Estaba 
convencido de que acaba de hacer historia, la historia de mi vida, pero 
no era consciente de que hubiera sido así. El día que durante tanto 
tiempo había estado esperando por fin había llegado y estaba a punto de 
finalizar. Estaba rendido de tantas emociones. Mi deseo por fin se había
 cumplido. Procuré relajarme. Enseguida me quedé dormido.
Al
 día siguiente, al despertarme, me parecía que solamente había tenido un
 ligero sueño, cuando la verdad es que había dormido toda la noche de un
 tirón.
Intenté
 recordar que era lo que había soñado; por más esfuerzos que hice no fui
 capaz de traer a la mente consciente nada más que nebulosos detalles 
emergentes de las profundidades de mí ser.
Volví
 a la realidad, atravesé la región vecina de la vida. Seguía escuchando 
los rumores, vagos ya, casi imperceptibles, deformados. Aterricé 
bruscamente en el despertar.
El
 día anterior había estado cargado de emociones. Recordaba haber 
disfrutado de una gran fiesta de despedida, en mi último día de trabajo 
en CESA. Apenas podía acordarme de los momentos que había vivido. No era
 capaz de rememorar la individualidad de lo que pasó.
Todo
 se había fundido en mi cabeza en un bloque compacto. Sentía haber 
respirado un sentimiento de alegría, que velozmente se había contagiado a
 todos los presentes en la celebración de mi homenaje.
¿Vendrás el viernes a mi despedida?
-Sí, no faltaré.
Esta era la pregunta que yo había hecho a mis compañeros de trabajo. Todos habían contestado que sí, que no faltarían.
Y
 efectivamente, allí estuvieron al completo. Hoy quiero agradecerles que
 no faltaran, que me arroparan con su presencia en el momento delicado 
de la despedida.
Gracias a todos por los momentos tan felices que me habéis hecho pasar. Hasta siempre.
 
 
 
          
      
 
  
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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