Foto: http://es.wikipedia.org
Jorge Semprún  ha muerto en París este martes, según han informado fuentes próximas a  la familia. Tenía 87 años. Con él se pierde para siempre parte de los  recuerdos del preso número 44.904, su matrícula en Buchenwald, el campo  de concentración alemán en el que vivió deportado entre los 20 y los 22  años. Semprún construyó su obra literaria con los fragmentos de su  propia memoria y en ella queda, pues, el recuerdo de los hechos y de los  sentimientos de una vida marcada a fuego por todas las barbaries  modernas.
Con él, sin embargo, desaparece un recuerdo que no cabe en los libros:  el del olor a carne quemada. Lo dijo él mismo en 2000, en una  entrevista. Lo que más le preocupaba del porvenir era esa precisa  memoria: "Están desapareciendo los testigos del exterminio. Bueno, cada  generación tiene un crepúsculo de esas características. Los testigos  desaparecen. Pero ahora me está tocando vivirlo a mí. Aún hay más viejos  que yo que han pasado por la experiencia de los campos. Pero no todos  son escritores, claro. En el crepúsculo la memoria se hace más tensa,  pero también está más sujeta a las deformaciones. Luego hay algo...  ¿Sabe usted qué es lo más importante de haber pasado por un campo? ¿Sabe  usted qué es exactamente? ¿Sabe usted que eso, que es lo más importante  y lo más terrible, es lo único que no se puede explicar? El olor a  carne quemada. ¿Qué haces con el recuerdo del olor a carne quemada?  Para esas circunstancias está, precisamente, la literatura. ¿Pero cómo  hablas de eso? ¿Comparas? ¿La obscenidad de la comparación? ¿Dices, por  ejemplo, que huele como a pollo quemado? ¿O intentas una reconstrucción  minuciosa de las circunstancias generales del recuerdo, dando vueltas en  torno al olor, vueltas y más vueltas, sin encararlo? Yo tengo dentro de  mi cabeza, vivo, el olor más importante de un campo de concentración. Y  no puedo explicarlo. Y ese olor se va a ir conmigo como ya se ha ido  con otros". Hoy esas palabras son más ciertas que nunca...

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