martes, 25 de septiembre de 2007

1200. Han pasado más de cuarenta años desde aquella primera visita al Cerro de los Ángeles. Cuando me encuentro con algunos de mis compañeros de...


Blas en el Cerro de los Ángeles

9. El Cerro ha sido y es un lugar de entrenamiento emblemático

Aquel sábado del año 1966 parece que por fin se iba a cumplir uno de los deseos que yo tenía y que más me ilusionaba: conocer El Cerro de los Ángeles.
Fuimos andando por un paseo paralelo a la Base Aérea, que nos llevaba a la Estación Larga, o de Alicante, que así la llamaban. La carretera estaba cubierta de adoquines.
Los automóviles que circulaban aquella mañana no eran muy numerosos. Tenían que detenerse un buen rato en el paso a nivel con barreras que había junto a CASA, esperando a que pasara el tren. Nosotros, los peatones, cruzábamos las vías con mucho cuidado.
Atravesar la carretera de Andalucía no nos supuso mucha dificultad.
Cuando llegué al Cerro, pude comprobar que los vehículos aparcaban a ambos lados de la carretera que subía a la Ermita, donde moraba la imagen de la Virgen de Los Ángeles.
Los pinos no estaban muy crecidos, y todo el perímetro lo protegía una alambrada que impedía el paso.
Años más tarde me contó Manolo Solís, que la última repoblación del pinar se hizo a principios de los años cincuenta y que él y sus amigos participaron muy activamente en la plantación.
El Cerro ha sido y es un lugar de entrenamiento emblemático para todos los atletas de Getafe.
Durante más de cuatro décadas hemos disfrutado de un pulmón de oxigeno excepcional, que nos ha permitido, en un entorno maravilloso, conseguir la forma necesaria para poder competir en multitud de pruebas, tanto a nivel local, como provincial, nacional o internacional.
Conocí a un grupo de jóvenes que se tomaban el atletismo muy en serio. Jesús Fernández Vieira, Jesús Coronel Franco y Román Morales Soto. Ellos serian unos años más tarde los que me apoyarían en la idea de fundar el club Atlético Getafe.
Pocos días después de mi primera visita al Cerro empezamos a ir a entrenar. Quedábamos a las seis de la tarde, después de salir del trabajo.
Tuvimos que hacer una abertura en la alambrada, para poder introducir la moto que yo llevaba, una Lambreta, y las bicicletas de mis amigos.
Han pasado más de cuarenta años desde aquella primera visita al Cerro de los Ángeles. Cuando me encuentro con algunos de mis compañeros de entonces, que todavía siguen corriendo, advierto en sus caras las marcas de la edad, pero todavía conservan la envergadura ligera y enjuta de alguien mucho más joven.
Tuvimos que buscar caminos por donde pudiéramos transitar sin que peligrara nuestra integridad física.
Un fino velo de melancolía soñadora, una espesa niebla sentimental, de emociones secretas se está apoderando hoy de mí…
El contacto con la naturaleza potenció nuestras capacidades. Nos encaminó al descubrimiento de unos sólidos y bien estructurados impulsos reflexivos que todavía hoy permanecen, y que el paso del tiempo no ha sido capaz de borrar.
La naturaleza me encanta, es el último refugio y al estar en contacto con ella conseguimos equilibrio y vigor.
Lo lamentable es que en este mundo globalizado apenas se le preste atención.
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