martes, 25 de septiembre de 2007

Mi primer contacto con una pista de atletismo en Madrid, fue en las instalaciones del SEU de la Ciudad Universitaria. Esta tenía 300 metros de cuerda.


Por la calle 1 Blas 
Foto: Velasco

7. Podíamos correr descalzos por la hierba

Fernández fue mi primer entrenador, si bien es cierto que durante muy poco tiempo. Él me dio el primer plan de entrenamiento escrito que tuve, el cual me pareció un regalo muy apreciado. Tuve muchas dificultades para poder realizar los tiempos tan exagerados que me había marcado. Las recuperaciones eran muy cortas y la intensidad de ejecución muy grande para un joven con unas facultades físicas como las mías. Enseguida me di cuenta de que no podría cumplirlo.
Me encanta entrenar, cuando corro experimento momentos de bienestar, alegría, júbilo, sobrecogimiento como quien escucha una buena pieza de música. El correr ha sido y es para mí una pasión que no ha envejecido con el paso del tiempo.
Yo era un chico bastante delgado y mi madre consideró que tendría que comer mucho para poder aguantar el ritmo de vida que llevaba: el trabajo diario y el entrenamiento intensivo a que me estaba sometiendo.
Habíamos traído almendras de Fuente Álamo, que mi padre partía en una piedra con un martillo.
Así es que yo empezaba las mañanas con un buen plato de almendras rociadas con abundante miel. Que recuerdos más agradables tengo todavía de aquellos ricos desayunos.
Por las noches cuando me iba a dormir también era costumbre tomar lo que llamaban “un ponche”, que era un huevo batido con leche y azúcar. Este no me gustaba nada.
Mi primer contacto con una pista de atletismo en Madrid, fue en las instalaciones del SEU de la Ciudad Universitaria. Esta tenía 300 metros de cuerda.
Fuimos con el deseo de realizar un buen entrenamiento en una pista de ceniza, sobre una distancia bien medida. En aquel escenario competiría yo bastantes veces en los años siguientes.
Guillermo Ferrero, entrenador del club Maratón, estuvo observando mi entrenamiento y recuerdo que se me acercó y me dijo que estaba entrenando demasiado fuerte, que lo que yo estaba haciendo no había cuerpo que lo aguantara.
Efectivamente, enseguida tuve que dejarlo y no pude acabar aquella paliza tan descomunal que me estaba dando.
Tenía que intentar hacer lo que mi entrenador me había dicho. Yo, por entonces, no tenía ningún conocimiento de atletismo y creo, que Pedro consideró que el entrenamiento que hacía a mi me vendría bien. Creo que él sobrevaloraba mis facultades.
El césped de la parte interior de la pista era una delicia. Podíamos correr descalzos por la hierba. Todos lo hacíamos. Estaba muy cuidado por Teodoro, que era el encargado de las Instalaciones.
En aquella pista conocí a Juan García Vicente y a Santiago Mora Ávila, del club Perelada.
Juan, con su personalidad carismática y sus ojos penetrantes, me propuso que fichara por ellos. En la temporada siguiente firmé por el club de Paco Perela.
Cuando volví a mi casa, entré en solemne meditación, recordaba todo lo que me había pasado y las múltiples experiencias que había tenido. Una poderosa lucha interior hizo que me cuestionara si me encontraba en el camino correcto y con las personas adecuadas. Sin embargo, para entonces, ya había dado mis primeros pasos en el atletismo madrileño, y una nueva etapa llena de ilusión y esperanza acababa de surgir en mi vida.


Juana Pablos Acosta (Juana), corrió los 42 kilómetros y 195 metros de la Maratón de Londres en 2 horas 50 minutos y 41 segundos, el 20/04/1986.

ENLACES:

70. A mi abuela Serafina el trabajo se le acumulaba y no llegaba a tiempo de atender a sus diez hijos varones.

69. Pidieron reunirse con Pedro de la Cruz, el Juez Árbitro, para proponerle que se cambiara la salida, que se corriera a favor del viento.

68. Las piernas me pesaban como el plomo. Los brazos los movía sin control. La alegría de irme solo la pagué muy cara. Ya era tarde para rectificar.

64. “El boina” nos había dicho que si no marchábamos bien nos descalificarían. El juez Arbitro Nacional Fermín Bracicorto, nos iba a controlar.

61. Al estar situado cerca de la Ciudad Universitaria y del INEF, era el lugar idóneo, cuando no queríamos bajar a la Casa de Campo.

54. El bigotes ganó la partida y el Campeonato. El premio que obtuve fue un tablero de ajedrez que habíamos comprado entre todos los participantes.

53. No quería nada más que correr frenéticamente hasta no poder más, enfrentándome a la soledad y a la reflexión del atleta que trabaja muy duro.

52. A medida que el tiempo iba pasando la fatiga aumentaba y el cansancio se apoderaba de nosotros, pero teníamos que continuar como pudiéramos.

41. Muchos rostros nos dejan una profunda huella y otros nos son totalmente indiferentes. Para mí Carlos Pérez de Guzmán fue una persona excepcional.

38. Había un jugador que me tenía realmente fascinado, este era el cubano Capablanca, que se había proclamado Campeón Mundial en el año 1921.

27. Me fui a dormir con la cabeza muy revuelta. Estaba convencido de que acaba de hacer historia, la historia de mi vida.

25. No me voy a ir de CESA, como tampoco me he ido de CASA. Me llevaré muchos agradables recuerdos que espero me acompañen durante toda mi vida.

24. Conseguimos un acercamiento que se rompió con la distancia y los nuevos compromisos y responsabilidades que yo adquirí en mi nuevo destino.

23. Seguí bajando a entrenar al SEU y al INEF, ahora con más asiduidad, porque ya me sentía parte de un grupo que me arropaba y ayudaba.

22. En la calle Barón del Solar de Fuente Álamo, mi abuelo Blas, padre de mi padre, le había dejado un trozo de bancal que tenía junto a la casa...

20. En la “cuadra del boina” estaban Pedro Molero, Adolfo Gutiérrez, Arturo Santurde, Ángel Santana, Pepe Verón (el Maño), José Luis García…

19. Que abráis vuestros álbumes y me enviéis aquellas fotografías que guardáis como pequeños tesoros.

15. Han pasado más de cuarenta años desde aquella primera visita al Cerro de los Ángeles. Atravesar la carretera de Andalucía no nos supuso dificultad.

14. Tuvimos que enfrentarnos contra la indiferencia e incomprensión de la sociedad española de los años sesenta y setenta, nos llamaban locos.

10. Caminaba de pared a pared con paso tenaz, inquieto, con las manos en la espalda, la cabeza hacía delante, inmerso en sus pensamientos.

8. Tuvo que pasar algún tiempo hasta que descubrí que aquel cronómetro de 1964, no funcionaba bien cuando se corría con él en la mano y se movían...

7. Lo veía y no podía creerlo, el cronómetro se había parado en 10 segundos y 6 décimas. El récord de España, que tenía José Luis Sánchez Paraíso...

6. Nos alojamos en un Hostal del centro, y en la primera ocasión que tuve convencí a mi tío y a mi primo para que me acompañaran a la Relojería.

4. Dejé, encima de la cama, la maleta de madera, que cuatro años antes me había hecho el carpintero de mi pueblo, para viajar a Barcelona.

1. Eran las siete de la mañana, del día dos de septiembre del año 1965, cuando mi padre y yo caminábamos en silencio por la calle Barón del Solar.

Por problemas personales no podré continuar escribiendo en el blog “atletismo y algo más”.
Blas

miércoles, 19 de septiembre de 2007

5. No funcionaba bien cuando se corría con él en la mano

Al día siguiente de nuestra llegada a Getafe, mi padre había quedado, a las siete de la tarde, con Pedro Fernández Domínguez (El Gallego), en un descampado que había detrás de la Avenida Juan de la Cierva, lo que es ahora la Plaza de España, Avenida de España y Avenida de los Ángeles.

Pasaban unos minutos de la hora convenida cuando vimos a una persona que se acercaba hacia nosotros corriendo a ritmo sostenido.
Nos había visto. Terminó de correr a escasos metros de donde estábamos nosotros.
Mi padre se adelantó unos pasos y le estrechó la mano. Yo hice lo mismo. Tenía el aspecto de no estar cansado. Apenas sudaba. Un imperceptible brillo se notaba en su frente. Le calculé unos treinta y cinco años. Me pareció una persona bastante mayor, yo hacía tres meses que había cumplido los dieciocho.
Me miró un instante directamente a los ojos, yo no me ruboricé, sino que palidecí. En seguida aparté la mirada y la dirigí rápidamente hacía abajo, hacía los pequeños guijarros clavados en la tierra.
Le dijo a mi padre: ¿con que este es el chaval?
Mi padre asintió. Le contó lo ilusionado que yo estaba desde hacía bastante tiempo en venir a Madrid, a Getafe y lo que disfrutaba corriendo.
Yo estaba un poco nervioso. Con los pies pegados al suelo. Sin atreverme a dar un paso.
Me preguntó que calzado tenía. Le dije que solamente aquellas zapatillas que llevaba puestas.
Son un poco pesadas para correr, me dijo, pero valdrán para hacerte una prueba. En cuanto podamos vendrás conmigo y compraremos unas playeras.
Le enseñé mi cronómetro. Le pareció bastante bueno.
Yo me había puesto un chándal y un pantalón corto debajo. Le acompañé corriendo unos minutos, a su ritmo, íbamos despacio.
Pedro tenía medidos cien metros, me dijo que me quitara el chándal, que me quedara en pantalón corto y me colocara detrás de una línea que tenía marcada en el suelo. La señaló un poco más con la arista de una piedra.
Le conté el tiempo que yo había hecho en 100 metros, en Fuente Álamo. Le di el cronómetro y se fue a la línea de llegada. El terreno era llano, sin ningún obstáculo y se podía correr muy bien, sin ninguna dificultad.
Mi padre fue el encargado de dar la salida. Tenía un pañuelo blanco levantado por encima de su cabeza, su moquero. Solamente tenía que bajarlo cuando me viera inmóvil detrás de la línea.
Corrí todo lo rápido que pude, a mi me pareció que aunque estaba un poco nervioso, fui a tope, no podía más.
Me acerqué expectante para ver el tiempo que había realizado. 12 segundos 3 décimas, me dijo.
Me quedé desilusionado, esta marca estaba muy lejos de aquel 10.6 que yo tomé en Fuente Álamo.
Me dijo que no estaba mal, pero que yo no era un velocista puro. Volví a correr otra vez y en el segundo intento hice 12.5.
Aquella tarde Pedro descubrió cosas mías que yo ni siquiera podía imaginarme.
Unos días después me acompañó a comprarme unas playeras en La Flecha de Oro, que estaba en la Plaza de Cascorro, de Madrid.
Tuvo que pasar algún tiempo hasta que descubrí que aquel cronómetro, de 1964, no funcionaba bien cuando se corría con él en la mano y se movían los brazos con violencia, enérgicamente.

Francisco de Torre Agreda (El Champi), realizó en Vallehermoso, el 15/05/1975, en la prueba de 400 metros lisos, un tiempo de 49.1. Tenía diecisiete años.

Esta marca fue superada por Antonio Mañero Flores (Mañero), también en Vallehermoso, el 04/06/1978 hizo 48.8.