A toda velocidad. Alberto Gavaldá disfruta corriendo. Sus ansias de  superación hacen que sólo mire a lo más alto del podio, lugar que  durante años ocupara Asafa Powell -abajo-, su ídolo. 
Hasta para nacer fue rápido. No esperó ni los nueve meses  de rigor. Alberto Gavaldá Pina vio la luz, sietemesino, un 5 de  noviembre de 1992 en el hospital Miguel Servet de Zaragoza. Llegar el  primero es algo a lo que está acostumbrado desde que con ocho años  pisara con la fuerza de su zancada el tatami. Una promesa que ha  explotado sobre la pista. La pasada temporada, con sólo 16 años, logró  el campeonato de España absoluto de 200 metros y fue subcampeón del  mundo juvenil, lo que le ha valido esta semana el Premio Princesa de  Asturias 2009. Aun así, el éxito se lo toma con mucha calma. Sólo habla  de trabajo y más trabajo para alcanzar los Juegos Olímpicos de Londres  2012.  
Meter la sexta es algo que lleva en los genes. El  atletismo centra sus comidas familiares. Sus padres -Ángel Gavaldá y Ana  Pina- también conocen la sensación de coronarse campeones de España en  la misma disciplina a mediados de los 70. Además, el patriarca ejerce de  entrenador en el club Playas de Castellón y hasta su hermano Ángel lo  acompaña en algunas ocasiones en la pista tras dejar el mundo del  fútbol, en el que fue internacional en las categorías inferiores.  «Tenemos un pique sano. No se enfada porque el hermano pequeño sea el  que gane», se excusa el que está llamado a ser unos de los mejores  velocistas españoles.  
Energía no le falta. La misma que transmite a través de  sus potentes ojos verdes. Dos horas diarias de carrera, estiramientos y  pesas que combina como puede con los libros de texto de Primero de  Bachillerato, la lectura de alguna comedia romántica -como 'Sabrina: 1  El mundo: 0', de Rebeca Rus- o chatear por internet. La tele, lo mínimo.  Ahora vive por y para el deporte y ni hablar de salir. Prefiere  descansar, aunque no le importa levantarse un sábado a las ocho de la  mañana para viajar los kilómetros que hagan falta con tal de que le  tomen las medidas para las plantillas que utilizará los próximos meses.  Incluso saca tiempo para ligar. Eso sí, principalmente con atletas,  «porque me comprenden mejor». Y nada de alcohol aunque celebre una gran  victoria.  
Además de por su poderosa zancada, Alberto es conocido  dentro de la pista por los colores con que decora su cabellera. Rojo,  azul, amarillo, con mechas... «Me gusta cambiar y ser original».  Intocables son sus pulseras y el pendiente de su oreja derecha. No es  por superstición ni por imitar a otros corredores. Simplemente va a la  moda, como cualquier chico de su edad, como muestra su cuarto decorado  con decenas de fotos con sus amigos. De lo que no reniega es de las  comparaciones con Asafa Powell -atleta jamaicano que estaba considerado  el hombre más rápido del mundo hasta la llegada de Bolt-.  
Su futuro, con o sin medalla olímpica, pasa por la  fisioterapia -«lo que realmente me dará de comer»- mientras los eurillos  que ahorra con las becas los destina a viajar por España. Pero antes de  su próxima escapada espera dar la sorpresa en el Europeo Absoluto que  se celebrará en verano Barcelona. Los Juegos Olímpicos vendrán después.


 
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