viernes, 5 de octubre de 2012

10428. La posibilidad de enfrentarme a un buen jugador de ajedrez me resultaba muy atractiva

Blas en la tumba de Capablanca
#Foto: Concha 


17. Había un jugador que me tenía realmente fascinado


Yo acababa de terminar de comer. Era la hora de la siesta. Iba en la moto de mi padre por la carretera de Ontur camino del Charco de la Peña. Aunque no tenía carné todavía ya me hacía pequeños recorridos por Fuente Álamo. Procuraba que la Guardia Civil no me viese conducir. Hacía pocos días que había cumplido dieciséis años.
A medida que me iba acercando a mi destino me encontraba, a mi pesar, mas inquieto y preocupado. La posibilidad de enfrentarme a un buen jugador de ajedrez me resultaba muy atractiva, pero me hacia estar muy nervioso e intranquilo. Pensaba que no me gustaría hacer el ridículo.
En el portaequipaje llevaba bien sujeto un tablero de ajedrez con sus fichas. Aunque lo transportaba bien atado, procuraba ir muy despacio, para que los hoyos y las piedras del camino no me hicieran volcar y romper el cristal del juego que tanto apreciaba y utilizaba mi padre.
Mi intención era encontrarme con Calero (el Moreno de la Justa) y jugar una partida de ajedrez.
El día anterior, en el salón de mi casa, en Fuente Álamo, Bernabé había estado jugando unas partidas de ajedrez con mi padre.
Calero era el mejor jugador del pueblo. Tenía mucha experiencia. Había jugado muchos campeonatos fuera del municipio y hasta en la capital, en Albacete…
El Moreno era un rival demasiado fuerte para mi padre. Casi siempre le ganaba. Ellos durante bastantes años jugaron muchas veces en el bar y en sus domicilios. Su mujer se llamaba como mi madre Dionisia.
Aquel día yo observaba la evolución de las partidas, mirando desde el lado de mi padre. Con el deseo de que esta vez por fin consiguiera ganarle en mi presencia y doblegara la supremacía del Campeón. Mi padre no lo consiguió. Volvió a perder otra vez todas las que jugaron.
¡Échale una a mi hijo! le dijo a Calero, veras como a él no le ganas.
Estábamos muy unidos en aquella época, mi padre y yo: como el alumno que está dispuesto a absorber todos los conocimientos de su maestro.
Me senté en la silla que mi padre había dejado bien caliente. Corrí la misma suerte que él. No tardé mucho en tumbar mi rey. Habíamos llegado a una posición de la que no era posible salir sin perder la dama. En pocas jugadas me daría jaque mate, me mataría, perdería la partida... Así es que opté por rendirme, como yo había leído que se hacia en los Campeonatos.
Es cierto que al principio le había opuesto una feroz resistencia que él no esperaba y que le sorprendió.
Yo llevaba algún tiempo leyendo los libros que se habían publicado sobre las partidas de los grandes maestros, como: Capablanca, Lasker, Alekhine, Maroczy, Rubinstein, Tartakower, Nimzowitsch… principalmente las aperturas, que era lo que me resultaba más fácil de asimilar en mi aprendizaje.
Había un jugador que me tenía realmente fascinado, este era el cubano Capablanca, que se había proclamado Campeón Mundial en el año 1921 al vencer a Lasker.
Al finalizar el juego, Bernabé me invitó a ir, al día siguiente, a echar una partida en el campo, donde él estaría trabajando. A la hora de la siesta podríamos jugar.
Cuando llegué al lugar convenido puse el tablero encima de una piedra y coloqué las fichas para poder iniciar el lance. Me dejó que jugara con blancas, que saliera yo. Iniciamos la partida.
Aquel día recibí varias contundentes palizas, que hicieron que se me bajaran los humos de gallito que yo llevaba. Calero era mucho Calero.
Yo tenía una edad en la que los sentimientos se me mezclaban todos en un confuso impulso entre el mal y el bien; la edad en que toda experiencia es trémula y cálida de amor a la vida.
Mi padre y Bernabé tenían cuarenta y tantos años. Eran todavía bastante jóvenes. Ellos me enseñaron mucha estrategia, que en el futuro me valió para realizar excelentes partidas y ganar algún que otro Campeonato. Como el del Pinar de Antequera, en Valladolid, cuando estuve realizando el Servicio Militar. Me estoy adelantando, esto ya tendré ocasión de contarlo otro día.
Muchas veces me he preguntado por que el ajedrez no tiene más arraigo en nuestra sociedad. Creo que tiene una explicación muy sencilla: el sistema educativo no lo contempla como una materia importante. Ni siquiera lo contempla. Desde la perspectiva de una reforma educativa real y beneficiosa para todos los jóvenes españoles, pienso que, debería tener un hueco entre las diferentes materias que se imparten. Debería producirse un entendimiento nuevo y regenerador en nuestra sociedad que nos llevara a desarrollar una reforma ética en profundidad.
En el año 1966, estando trabajando ya en CASA, en el estadio de Vallehermoso de Madrid, me proclamé Campeón Provincial de Ajedrez, en los IV Juegos Provinciales Laborales.
En mi visita a Cuba en el año 2003 tuve ocasión de visitar, en el Cementerio de La Habana, la tumba del ajedrecista que yo más he admirado, el genial José Raúl Capablanca y Graupera.


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10389. Mi primer contacto con una pista de atletismo en Madrid, fue en las instalaciones del SEU de la Ciudad Universitaria

5492. Caminaba de pared a pared, con paso tenaz, inquieto, con las manos en la espalda, la cabeza hacia adelante, inmerso en sus pensamientos, sin molestarse en mirarnos ni hacer el más mínimo gesto que indicase que se había percatado de nuestra presencia

5475. Tuvo que pasar algún tiempo hasta que descubrí que aquel cronómetro, de 1964, no funcionaba bien cuando se corría con él en la mano

5445. Lo veía y no podía creerlo, el cronómetro se había parado en 10 segundos y 6 décimas. El récord de España, que tenía José Luis Sánchez Paraíso, de Salamanca, estaba en 10.4

5416. Nos alojamos en un Hostal del centro, y en la primera ocasión que tuve convencí a mi tío y a mi primo para que me acompañaran a la Relojería

5405. Dejé, encima de la cama, la maleta de madera, que cuatro años antes me había hecho el carpintero de mi pueblo, para viajar a Barcelona

5401. Eran las siete de la mañana, del día dos de septiembre del año 1965, cuando mi padre y yo caminábamos en silencio por la calle Barón del Solar

72. Cuenta mi padre, que se daban una buena tunda de correazos, volvían a sus casas calentitos, aunque siempre había que procurar dar y que no te dieran

71. Subía ella por la Plaza del Ayuntamiento, con su capazo de ropa apoyado en la cabeza. El agua le bajaba por la cara, empapándole la camiseta.

70. A mi abuela Serafina el trabajo se le acumulaba y no llegaba a tiempo de atender a sus diez hijos varones

69. Pidieron reunirse con Pedro de la Cruz, el Juez Árbitro, para proponerle que se cambiara la salida, que se corriera a favor del viento

68. Las piernas me pesaban como el plomo. Los brazos los movía sin control. La alegría de irme solo la pagué muy cara. Ya era tarde para rectificar

64. “El boina” nos había dicho que si no marchábamos bien nos descalificarían. El juez Arbitro Nacional Fermín Bracicorto, nos iba a controlar

61. Al estar situado cerca de la Ciudad Universitaria y del INEF, era el lugar idóneo, cuando no queríamos bajar a la Casa de Campo

54. El bigotes ganó la partida y el Campeonato. El premio que obtuve fue un tablero de ajedrez que habíamos comprado entre todos los participantes

53. No quería nada más que correr frenéticamente hasta no poder más, enfrentándome a la soledad y a la reflexión del atleta que trabaja muy duro

52. A medida que el tiempo iba pasando la fatiga aumentaba y el cansancio se apoderaba de nosotros, pero teníamos que continuar como pudiéramos

41. Muchos rostros nos dejan una profunda huella y otros nos son totalmente indiferentes. Para mí Carlos Pérez de Guzmán fue una persona excepcional

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