jueves, 19 de junio de 2008

675. Jacques Lacan, el implacable, habla del “sujeto escindido”y, sin dejar de seguir la senda abierta por su maestro vienés, construye un complejo...


Marcelino Perelló

¿Qué me pongo?

Pena capital

El suicidio es un homicidio. En el suicidio siempre alguien mata a alguien. Mata a otro. El suicida no “se mata a sí mismo”. No es un autocidio. Entre otras cosas, por que ese “sí mismo”, como tal, no existe. Desde la antigüedad clásica era sabido que en cada uno de nosotros habitan distintas personas. El abismal Arthur Rimbaud lo dice así: Moi est un autre: “Yo es otro”.

No fue, sin embargo, hasta la formulación del sicoanálisis, ya en el siglo XX, que la cuestión fue abordada sistemáticamente. El joven Freud planteó su primera trilogía al inicio mismo de la construcción de su teoría. En el sujeto habitan tres instancias: el consciente, el preconsciente y el inconsciente. Años más tarde lo formulará de otra manera. Sin negar ni anular su propuesta original, prefiere decir que las tres personas que conviven en el seno del sujeto son: el ello, el yo y el superyó.

Digo “conviven” en el párrafo anterior y es un término al que hay que considerar con cuidado. Conviven porque ahí están los tres, pero esa convivencia muy rara vez es plácida y armoniosa. En general se trenza un férreo y permanente conflicto entre ellos. A veces gana uno, a veces otro. Pero ese triunfo no será nunca definitivo. Los otros dos volverán por la revancha, y tarde o temprano la lograrán. También de manera temporal.

Jacques Lacan, el implacable, habla del “sujeto escindido” y, sin dejar de seguir la senda abierta por su maestro vienés, construye un complejo y audaz engranaje entre las dos trilogías de Freud. En ese melodrama de seis personajes, como en toda buena propuesta teatral, distingue a dos, entre los que se da el enfrentamiento central: el inconsciente y el yo.

Digamos, para simplificar (al laberinto lacaniano siempre hay que simplificarlo), que el yo es la imagen que el sujeto se construye. Es la manera en que el sujeto se presenta, ante él y ante los otros. El yo es el gatazo. Pero se trata de una imagen con autonomía que, a menudo, ejerce una tiranía feroz sobre el inconsciente, y que impide que éste se manifieste de manera plena. Lo censura y reprime. Evita que el sujeto sea la neta. O trata de evitarlo, precisemos.

Para el sujeto, tanto en Freud como en Lacan, los otros, todos los otros, en él y fuera de él, son objetos. Tú, para mí eres un objeto, una cosa, de la misma manera que yo para ti también lo soy. Es en esa óptica que se habla del “objeto del deseo”, sea una persona, animal, quimera, la música barroca o la historia de la antigua Roma. El objeto del deseo es aquel que investimos, sobre el cual depositamos la líbido.

Ya sé que la ínclita academia considera esta palabra grave, y en verdad es grave, pero en otro sentido; yo la prefiero esdrújula. Y a ver, díganme que no. Como que es más fuerte: es casi una jitanjáfora. Y resuena mejor con la fuerza del deseo. Y a menos, claro, que Agustina, María Trinidad o Paris, en su pulcro e impecable criterio, decidan que es una enormidad y me censuren, a la manera del yo, el bello significante aparecerá esdrújulo.

La líbido, pues, viene siendo la “energía síquica”. Y puede ser positiva, cuando cobra la forma de la ternura, el afecto o el amor, o negativa, cuando se convierte en repudio, disgusto u odio. En aquellos objetos que nos son indiferentes, no hay líbido. No están investidos. En cambio, a los que sí lo están, les asignamos una cierta cantidad de líbido, y nos agradan o desagradan, en grados y modos diversos.

La líbido se origina en el inconsciente. En el ello. Es una pulsión. Pero las cosas se complican cuando consideramos que la líbido está dirigida, desviada y deformada por el yo. De manera que puede suceder, y si puede sucede, que amemos y odiemos a la misma persona al mismo tiempo. A la misma persona o al mismo gato o a la misma música barroca. Al mismo objeto.

De esa desarmonía nacen las neurosis y las sicosis. El papel del sicoanálisis, como cura, es precisamente el de poner de acuerdo el inconciente y el yo. De hacerlos coherentes. Se trata de resolver las contradicciones que cohabitan en el inconsciente (el inconsciente mismo es contradictorio) y de adecuar la imagen, el yo, a esa estructura inconsciente.

El gran debate dentro del mundo del sicoanálsis ha siso precisamente ese. La corriente gringa, de Sullivan o Horney, practica la llamada ego psychology, la “sicología del yo”, según la cual, basta trabajar sobre el yo, la imagen, para resolver las broncas. Hay que dar un mejor gatazo. Esa es su teoría. La sicología del yo, finalmente, no es más que cosmética. Análgésica. Y es la que ha dado nacimiento a todas esas “terapias” tan en boga en el mundo de hoy.

No es necesario que, en este punto, le reafirme mi fe lacaniana. Yo soy lacaniano. Y aborrezco la corriente gringa (y a los gingos en general). Los invisto con líbido negativa. Así que mi punto de vista será necesariamente sesgado. Como todos los puntos de vista, digámoslo de paso. Eso no lo invalida.

Lacan se enfrentó a esa concepción lo que le costó, entre otras cosas, su expulsión de la IPA, Asociación Internacional de Psicoanálisis. Para él, el trabajo sicoanalítico se dirige directamente al inconsciente. No es la fachada la que hay que cambiar. Es la estructura. Todo intento de resanar resultará fútil si no se reordena, si no se reedita la constelación inconsciente, y de esa manera producir un yo menos mentiroso y conflictivo. “Nuestras vidas, juntas, que envuelven a la de cada uno”.

El suicidio es una situación límite de la guerra entre el yo y el inconsciente. A veces es el yo el que mata al sujeto, y a veces es el sujeto quien decide deshacerse de ese yo que detesta, a ese objeto que inviste con un auténtico torrente de líbido negativa. En cualquier caso, el suicidio es un asesinato.

Los códigos penales de todos los países deberían considerarlo así, como un delito mayor. Y castigar con cárcel al que cometa un suicido en grado de tentativa, y al suicida exitoso condenarlo, sin miramientos, a la pena capital.

Fuente: exonline.com

ENLACE:

550. El retorno de lo reprimido. La perturbadora imagen de la presidenta del Tribunal Constitucional llamando por teléfono y aconsejando...

2 comentarios:

  1. Anónimo6/21/2008

    Sin palabras me quede.Lo de entalegar a suicidas........................(sic)

    ResponderEliminar
  2. Anónimo6/21/2008

    ...dice que el suicidio es un asesinato...intenta matar al inconsciente y eso no esta bien...

    ResponderEliminar